Había un águila y una paloma. La paloma, era admirada por todos los animales por ser muy buena y alegre. El águila andaba muy molesto, le gustaba vivir encerrado dentro de un hueco de un árbol viejo y sólo salía para alimentarse de carnes cadavéricas. Llegó la temporada de caza. Un cierto día un cazador le disparó al águila y lo dejó herido y apenas volaba. La paloma alegre que vivía en su nido con sus crías en lo alto de un árbol frutal, llamó a otras aves para que le ayudaran a llevar al águila a su nido para socorrerle y fue así que lo llevaron. La paloma sacaba frutas del árbol donde tenía su nido para que se alimentaran sus crías y al águila. El águila le aventó las frutas y gritándole le dijo: ¡Oye paloma! ¿Que te pasa estas loca? ¡Basta de darme de comer estas frutas! ¡Yo quiero comer carne, para eso me has traído aquí, para que me muera de hambre! ¡Mejor hubieses dejado que me muera! La paloma humildemente le dijo: Por favor come lo que te doy, porque es lo único que tenemos, es temporada de caza y tenemos que esperar a que se vayan. El águila ya recuperado de su herida agarró a las crías de la paloma y se las quiso comer. La paloma muy valiente defendió a sus pichoncitos, forcejearon y ambos cayeron del árbol, la paloma quedó tirada en el suelo desmayada. El águila cruel se levantó porque tenía mucha hambre, vio muchas carnes cadavéricas y fue a comérselas. Un cazador lo vio y le dio un balazo en la cabeza y el águila cayó muerto. La paloma que estaba desmayada se levantó y regresó a su nido al lado de sus pichoncitos que lloraban por lo sucedido con el águila y ese día la paloma aprendió una gran lección y nunca más volvió a llevar enemigos a su nido y cuido con mucho amor a sus crías.